Recientemente con la elección y toma de posesión de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos, se trajo a la mesa un tema que nunca se dejará de tocar: la religión y la política. Trump ha desarrollado un discurso extremadamente conservador y hasta algo reaccionario en contraste con los discursos progresistas del partido demócrata. Así, en el bipartidismo estadounidense vemos como hay republicanos moderados, radicales conservadores, unos un poco libertarios, etc.
Bajo la sombrilla del discurso conservador se ha notado una característica de los Estados Unidos y su cultura; junto al desarrollo económico, no dejaron su fe tan rápido como muchos europeos. Y así, vemos cómo es que más allá de hacer un juramento sobre la biblia, el presidente constantemente cita el libro sagrado cristiano.
Muchas personas se han dedicado a criticar y condenar tal actitud, aludiendo a que el Estado es laico y que debe separarse de la Iglesia. Y aún en pleno siglo XXI y un país del primer mundo, vemos que la batalla sigue. Ahora bien, en las personas que critican la pública confesión de los funcionarios bajo el argumento del estado laico, hay algo que no tienen claro. Un Estado laico no es un Estado ateo o aconfesional, sino solamente independiente de órdenes clericales o religiosas.
Desarrollemos un poco los conceptos y entenderemos los discursos y los fatalismos progresistas. El hecho de que una persona base su ética e ideología en principios religiosos no lo deja de hacer laico. De hecho, cualquier persona cercana a la Iglesia católica entenderá que incluso los fieles que vamos a misa somos laicos, pues nos guiamos con principios religiosos pero no recibimos una orden directa de la Iglesia, con coacciones seculares implicadas. Lo mismo sucede con el Estado, la separación le da independencia al gobierno de la Iglesia, es decir, la Iglesia no puede ordenarle al presidente el qué hacer.
Hasta allí, llega la situación y por eso hay quienes no entienden que las instituciones religiosas tienen derecho a opinar en la política como cualquier organización ideológica. En realidad, la religión y la ideología no son cosas tan distintas como muchos creen. Las ideologías pueden incluso basarse en religión (y la mayoría lo hacen). Si un político promueve principios religiosos que no coaccionen a otros ni les obliguen a convertirse, sucede lo mismo a que si promueve principios ideológicos que no son apoyados por todo el país pero que ha sido electo democráticamente y eso le legitima. Lo que no se puede hacer es por ejemplo, obligar a alguien a profesar una fe u obedecer a las instrucciones de la Iglesia y autoridades religiosas.
Entendemos entonces que Trump, y la mayoría de políticos no mezclan a la Iglesia y al Estado, más bien mezclan la religión y la política. Cuando toquemos el tema, hay que tenerlo claro. Y es que promover una separación de la religión y la política resulta muy difícil porque a veces, ni siquiera sabemos definir una religión. Los principios éticos occidentales de la actualidad, en su mayoría fueron desarrollados por la cristiandad, por mucho que le duela a los ateos. Los llamados principios “universales” cada vez vemos que son menos universales. La religión, como parte de la cultura, desarrolla valores, la ética, la moral y la tradición que se verá reflejada en la política y sus ideologías.
Por si quedan dudas, países que no tienen clara dicha separación pueden ser Irán, por ejemplo. Irán es un Estado teocrático en el que los sacerdotes tienen la mayor autoridad. Pero por favor, no nos asustemos si un Presidente occidental menciona religión como parte de su discurso ideológico en una democracia. Preocupémonos cuando se trate de perseguir a “infieles” o de aplicar la ley religiosa de forma radical. Mientras tanto, relájese y piense que si no es la religión, solo es otra ideología la que se mezcla con la política. Pero la Iglesia y el Estado en Estados Unidos y la mayoría de occidente, siguen separados y probablemente aún muy lejos de unirse.
Bajo la sombrilla del discurso conservador se ha notado una característica de los Estados Unidos y su cultura; junto al desarrollo económico, no dejaron su fe tan rápido como muchos europeos. Y así, vemos cómo es que más allá de hacer un juramento sobre la biblia, el presidente constantemente cita el libro sagrado cristiano.
Muchas personas se han dedicado a criticar y condenar tal actitud, aludiendo a que el Estado es laico y que debe separarse de la Iglesia. Y aún en pleno siglo XXI y un país del primer mundo, vemos que la batalla sigue. Ahora bien, en las personas que critican la pública confesión de los funcionarios bajo el argumento del estado laico, hay algo que no tienen claro. Un Estado laico no es un Estado ateo o aconfesional, sino solamente independiente de órdenes clericales o religiosas.
Desarrollemos un poco los conceptos y entenderemos los discursos y los fatalismos progresistas. El hecho de que una persona base su ética e ideología en principios religiosos no lo deja de hacer laico. De hecho, cualquier persona cercana a la Iglesia católica entenderá que incluso los fieles que vamos a misa somos laicos, pues nos guiamos con principios religiosos pero no recibimos una orden directa de la Iglesia, con coacciones seculares implicadas. Lo mismo sucede con el Estado, la separación le da independencia al gobierno de la Iglesia, es decir, la Iglesia no puede ordenarle al presidente el qué hacer.
Hasta allí, llega la situación y por eso hay quienes no entienden que las instituciones religiosas tienen derecho a opinar en la política como cualquier organización ideológica. En realidad, la religión y la ideología no son cosas tan distintas como muchos creen. Las ideologías pueden incluso basarse en religión (y la mayoría lo hacen). Si un político promueve principios religiosos que no coaccionen a otros ni les obliguen a convertirse, sucede lo mismo a que si promueve principios ideológicos que no son apoyados por todo el país pero que ha sido electo democráticamente y eso le legitima. Lo que no se puede hacer es por ejemplo, obligar a alguien a profesar una fe u obedecer a las instrucciones de la Iglesia y autoridades religiosas.
Entendemos entonces que Trump, y la mayoría de políticos no mezclan a la Iglesia y al Estado, más bien mezclan la religión y la política. Cuando toquemos el tema, hay que tenerlo claro. Y es que promover una separación de la religión y la política resulta muy difícil porque a veces, ni siquiera sabemos definir una religión. Los principios éticos occidentales de la actualidad, en su mayoría fueron desarrollados por la cristiandad, por mucho que le duela a los ateos. Los llamados principios “universales” cada vez vemos que son menos universales. La religión, como parte de la cultura, desarrolla valores, la ética, la moral y la tradición que se verá reflejada en la política y sus ideologías.
Por si quedan dudas, países que no tienen clara dicha separación pueden ser Irán, por ejemplo. Irán es un Estado teocrático en el que los sacerdotes tienen la mayor autoridad. Pero por favor, no nos asustemos si un Presidente occidental menciona religión como parte de su discurso ideológico en una democracia. Preocupémonos cuando se trate de perseguir a “infieles” o de aplicar la ley religiosa de forma radical. Mientras tanto, relájese y piense que si no es la religión, solo es otra ideología la que se mezcla con la política. Pero la Iglesia y el Estado en Estados Unidos y la mayoría de occidente, siguen separados y probablemente aún muy lejos de unirse.