Recuerdo que cuando estaba en el colegio las mujeres teníamos que recibir una clase que se llamaba “Educación para el Hogar” y los hombres recibían “Artes Industriales”. No entendía por qué a mí no me dejaban lijar madera, o construir un tablero de ajedrez como lo hacían los niños. Hubiese preferido eso en vez de estar sentada media hora tratando de enhebrar una aguja para así poder terminar el delantal de cocina que estábamos fabricando. Recuerdo también que perdí esa clase como un acto de rebeldía y de liberación femenina, o al menos así se sintió.
También recuerdo cómo a las niñas nos hacían usar la falda del uniforme debajo de las rodillas, pero nunca regañaban a los niños por levantarnos la falda en forma de “juego”. En mi memoria también está grabado el momento en que mi abuela me dijo que no iba a encontrar marido porque no era una mujer “servicial”. Me di cuenta que de manera indirecta, en el colegio y en mi casa, me estaban educando bajo el mismo modelo machista. ¿Es así como educamos a nuestras niñas? ¿Acaso las estamos educando para criar hijos y servir en el hogar por el resto de su vida?
Creí que todas estas manifestaciones de machismo y sexismo que se me presentaron en la infancia iban a acabar cuando creciera, y yo podría formarme en una sociedad en donde ser mujer no significara una condición de desventaja. Pero no fue así, conforme fui creciendo dichas manifestaciones fueron aumentando y con ellas mi necesidad por crear conciencia en la sociedad.
Ser mujer y haber nacido en Guatemala automáticamente significa: no poder subirme a un taxi sola, no poder usar falda en días calurosos, evitar manejar de noche, que se cuestione mi capacidad intelectual, o tener que ser sumisa y conservadora para ser considerada wife material. Ser mujer en Guatemala es ser víctima constante del acoso callejero y me atrevo a decir que no hay mujer que no conozca la sensación de pasar por un grupo de hombres y no querer ni voltear a ver porque sabes el tipo de miradas que te están lanzando y cómo entre ellos están compitiendo por ver quién dice el piropo más vulgar.
Por supuesto que existe violencia en contra del hombre, pero no es una violencia apoyada por una estructura social de oportunidades desiguales. Las mujeres merecemos el mismo trato que reciben los hombres, no por ser mujeres, por ser seres humanos.
Sin embargo, a pesar de todos estos aspectos negativos que implica el ser mujer en una sociedad machista, surge una esperanza en la nueva generación de mujeres y hombres. Las mujeres de hoy sabemos que nuestro rol en la sociedad no se limita a criar niños, preparar las comidas, encargarnos de la limpieza del hogar o heredar el apellido de un marido al casarnos. Veo en las mujeres jóvenes un nuevo camino que nos lleva a educarnos, exigir, debatir, participar y responsabilizarnos. Igualmente, veo cómo los hombres de nuestra generación se unen al esfuerzo por acabar con el sistema patriarcal y reconocen el valor de una mujer que cree en ella misma, una mujer que se conoce y se ama.
“¡Ya no quiero ser mujer!” Fue la frase que, cargada de odio y frustración, repetí incontables veces después de ver como el hecho de ser mujer se robaba mi libertad y representaba un limitante. Así, en una de mis noches de profunda reflexión prometí no volver a repetir esta frase y, mis ganas de construir una sociedad más igualitaria e incluyente, me hicieron querer ser la voz de todas aquellas mujeres que en el desfallecimiento de su lucha contra el miedo perdieron su voz.
Considero que la manera de acabar con el sistema patriarcal no es a través de cuotas de poder o más leyes a favor de la mujer, pues estas medidas no resuelven el verdadero problema y representan una contradicción del empoderamiento femenino. Este es un problema cultural que debe erradicarse a través de la educación. Enseñémosles a nuestras niñas que ser mujer no es una limitación, sino una oportunidad, que su valor como mujer no la da la opinión de un hombre, que encontrarse a ella misma es más importante que encontrar un marido y que deben educarse, no para no depender de un hombre, sino para ser más libres. También tenemos que enseñarle a nuestros niños que ser agresivos no es un rasgo de masculinidad, y que ser sensibles no los hacen menos hombres.
Tal vez muchos de ustedes ya se cansaron de leer este tipo de artículos que buscan concientizar a las personas acerca del rol de la mujer en la sociedad, pero es necesario hablar del tema para así ponerle fin. Ser mujer en Guatemala es todo un reto, y si no me creen pregúntenle a su hija, su hermana o su mamá.
Para todas aquellas personas que tenemos ganas de vivir y creemos en un mejor futuro, solo nos queda trabajar para crear una sociedad en la que ser mujer y haber nacido en Guatemala no represente una combinación fatal.
También recuerdo cómo a las niñas nos hacían usar la falda del uniforme debajo de las rodillas, pero nunca regañaban a los niños por levantarnos la falda en forma de “juego”. En mi memoria también está grabado el momento en que mi abuela me dijo que no iba a encontrar marido porque no era una mujer “servicial”. Me di cuenta que de manera indirecta, en el colegio y en mi casa, me estaban educando bajo el mismo modelo machista. ¿Es así como educamos a nuestras niñas? ¿Acaso las estamos educando para criar hijos y servir en el hogar por el resto de su vida?
Creí que todas estas manifestaciones de machismo y sexismo que se me presentaron en la infancia iban a acabar cuando creciera, y yo podría formarme en una sociedad en donde ser mujer no significara una condición de desventaja. Pero no fue así, conforme fui creciendo dichas manifestaciones fueron aumentando y con ellas mi necesidad por crear conciencia en la sociedad.
Ser mujer y haber nacido en Guatemala automáticamente significa: no poder subirme a un taxi sola, no poder usar falda en días calurosos, evitar manejar de noche, que se cuestione mi capacidad intelectual, o tener que ser sumisa y conservadora para ser considerada wife material. Ser mujer en Guatemala es ser víctima constante del acoso callejero y me atrevo a decir que no hay mujer que no conozca la sensación de pasar por un grupo de hombres y no querer ni voltear a ver porque sabes el tipo de miradas que te están lanzando y cómo entre ellos están compitiendo por ver quién dice el piropo más vulgar.
Por supuesto que existe violencia en contra del hombre, pero no es una violencia apoyada por una estructura social de oportunidades desiguales. Las mujeres merecemos el mismo trato que reciben los hombres, no por ser mujeres, por ser seres humanos.
Sin embargo, a pesar de todos estos aspectos negativos que implica el ser mujer en una sociedad machista, surge una esperanza en la nueva generación de mujeres y hombres. Las mujeres de hoy sabemos que nuestro rol en la sociedad no se limita a criar niños, preparar las comidas, encargarnos de la limpieza del hogar o heredar el apellido de un marido al casarnos. Veo en las mujeres jóvenes un nuevo camino que nos lleva a educarnos, exigir, debatir, participar y responsabilizarnos. Igualmente, veo cómo los hombres de nuestra generación se unen al esfuerzo por acabar con el sistema patriarcal y reconocen el valor de una mujer que cree en ella misma, una mujer que se conoce y se ama.
“¡Ya no quiero ser mujer!” Fue la frase que, cargada de odio y frustración, repetí incontables veces después de ver como el hecho de ser mujer se robaba mi libertad y representaba un limitante. Así, en una de mis noches de profunda reflexión prometí no volver a repetir esta frase y, mis ganas de construir una sociedad más igualitaria e incluyente, me hicieron querer ser la voz de todas aquellas mujeres que en el desfallecimiento de su lucha contra el miedo perdieron su voz.
Considero que la manera de acabar con el sistema patriarcal no es a través de cuotas de poder o más leyes a favor de la mujer, pues estas medidas no resuelven el verdadero problema y representan una contradicción del empoderamiento femenino. Este es un problema cultural que debe erradicarse a través de la educación. Enseñémosles a nuestras niñas que ser mujer no es una limitación, sino una oportunidad, que su valor como mujer no la da la opinión de un hombre, que encontrarse a ella misma es más importante que encontrar un marido y que deben educarse, no para no depender de un hombre, sino para ser más libres. También tenemos que enseñarle a nuestros niños que ser agresivos no es un rasgo de masculinidad, y que ser sensibles no los hacen menos hombres.
Tal vez muchos de ustedes ya se cansaron de leer este tipo de artículos que buscan concientizar a las personas acerca del rol de la mujer en la sociedad, pero es necesario hablar del tema para así ponerle fin. Ser mujer en Guatemala es todo un reto, y si no me creen pregúntenle a su hija, su hermana o su mamá.
Para todas aquellas personas que tenemos ganas de vivir y creemos en un mejor futuro, solo nos queda trabajar para crear una sociedad en la que ser mujer y haber nacido en Guatemala no represente una combinación fatal.