Un nuevo escándalo rodea la imagen del expresidente de los Estados Unidos Richard Nixon. Según reveló a Harper’s Magazine el otrora asesor de política interna del mencionado presidente, John Ehrlichman, la guerra contra las drogas surgió como una idea para atacar solapadamente a los principales enemigos políticos de la Casa Blanca en esa época.
En palabras de Ehrlichman, “Nixon tenía dos enemigos: los hippies de izquierda que se oponían a la guerra y los negros(…) Sabíamos que no podíamos hacer que fuera ilegal estar en contra de la guerra o ser negro, pero al conseguir que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego penalizarlas fuertemente, podríamos poner un freno a estas comunidades”.
Si la anterior historia es cierta es irrelevante, independientemente de que la guerra contra las drogas prohibidas arbitrariamente sea producto de una vendetta de sujetos inescrupulosos que juegan a la política, lo importante es retomar el debate público para la liberalización de la producción, venta y consumo de estos productos.
Es un tema pendiente que los funcionarios públicos en nuestras latitudes prefieren mantener al margen pues ponerle fin a esta prolongada guerra que día a día acaba con la vida de individuos inocentes no está en la agenda de la Casa Blanca para Latinoamérica.
Pero los gobernantes han encontrado la justificación para que esta guerra se mantenga, en los adictos al paternalismo del Estado que claman por que se viole la libertad del individuo y se le imponga a todos un estilo de vida que, a su criterio, es mejor.
Si el intercambio voluntario de estas sustancias fuera legal, no habría enfrentamientos armados entre los traficantes de droga y las fuerzas armadas del Estado, o entre los mismos traficantes. El producto se intercambiaría de la misma forma como se hace con el pan, y los oferentes comerciarían y competirían como lo hacen los diferentes panaderos.
John Stuart Mill decía que “la humanidad gana más al dejar a los demás vivir como les parezca bien, que obligando a cada uno a vivir como le parezca bien al resto”. No es deber del Estado proteger al individuo de su propia estupidez. Si un individuo quiere hacerse daño, tiene el absoluto derecho de hacerlo, ya que es parte de su condición como individuo libre, siempre y cuando no dañe a un tercero en el acto.
El ultimo recurso al que recurren los adictos al Estado para defender la prohibición, es la mal llamada “salud pública”. Afirman que si se liberaliza el consumo de droga, se incrementará la cantidad de enfermos que necesiten ser tratados. La respuesta es simple, el fruto del trabajo ajeno no debe utilizarse para atender a quienes por voluntad adquirieron un vicio.
Es momento de que retomemos el debate e impulsemos el fin a la prohibición, en defensa de la vida y la libertad individual.
En palabras de Ehrlichman, “Nixon tenía dos enemigos: los hippies de izquierda que se oponían a la guerra y los negros(…) Sabíamos que no podíamos hacer que fuera ilegal estar en contra de la guerra o ser negro, pero al conseguir que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego penalizarlas fuertemente, podríamos poner un freno a estas comunidades”.
Si la anterior historia es cierta es irrelevante, independientemente de que la guerra contra las drogas prohibidas arbitrariamente sea producto de una vendetta de sujetos inescrupulosos que juegan a la política, lo importante es retomar el debate público para la liberalización de la producción, venta y consumo de estos productos.
Es un tema pendiente que los funcionarios públicos en nuestras latitudes prefieren mantener al margen pues ponerle fin a esta prolongada guerra que día a día acaba con la vida de individuos inocentes no está en la agenda de la Casa Blanca para Latinoamérica.
Pero los gobernantes han encontrado la justificación para que esta guerra se mantenga, en los adictos al paternalismo del Estado que claman por que se viole la libertad del individuo y se le imponga a todos un estilo de vida que, a su criterio, es mejor.
Si el intercambio voluntario de estas sustancias fuera legal, no habría enfrentamientos armados entre los traficantes de droga y las fuerzas armadas del Estado, o entre los mismos traficantes. El producto se intercambiaría de la misma forma como se hace con el pan, y los oferentes comerciarían y competirían como lo hacen los diferentes panaderos.
John Stuart Mill decía que “la humanidad gana más al dejar a los demás vivir como les parezca bien, que obligando a cada uno a vivir como le parezca bien al resto”. No es deber del Estado proteger al individuo de su propia estupidez. Si un individuo quiere hacerse daño, tiene el absoluto derecho de hacerlo, ya que es parte de su condición como individuo libre, siempre y cuando no dañe a un tercero en el acto.
El ultimo recurso al que recurren los adictos al Estado para defender la prohibición, es la mal llamada “salud pública”. Afirman que si se liberaliza el consumo de droga, se incrementará la cantidad de enfermos que necesiten ser tratados. La respuesta es simple, el fruto del trabajo ajeno no debe utilizarse para atender a quienes por voluntad adquirieron un vicio.
Es momento de que retomemos el debate e impulsemos el fin a la prohibición, en defensa de la vida y la libertad individual.