Cuando escuchamos las siglas CICIG, pensamos inmediatamente en: Iván Velásquez, las manifestaciones de 2015 y toda la horda de corruptos que salió y sigue saliendo a la luz. Sin embargo, hace aproximadamente más de un año lo único que se sabía sobre esta entidad era su pasado dramático y su papel durante el Caso Rosenberg. En esta ocasión, dramático no debe confundirse con trágico, utilizo este adjetivo porque todo pareció ser una obra de teatro. Un comisionado que tuvo una intervención por un vídeo circulante en redes sociales, otro que vino a no se sabe realmente qué e incluso, sobre el mismo, existen acusaciones de que pudo haber robad. Muchas dramáticas historias se desprenden de la CICIG así como las de la mayoría de instituciones en este país.
Los guatemaltecos tendemos a pensar que la CICIG no funcionaba porque los comisionados no habían sido los mejores pero el actual sí que lo es. Un estigma muy insertado en nuestra sociedad que nos lleva a pensar que no importa nuestra calidad institucional siempre y cuando tengamos a buenas personas en el poder. Como es costumbre leer y escuchar que “en 2015 todo cambió”, en esta ocasión, me referiré a cómo cambió también el papel de la CICIG. Probablemente, duela pensar que el actual comisionado, el temible, llevaba ya casi un año y medio de estar en el país con ese cargo y no se le conocía nada. La CICIG cumplía su papel de adorno en el país.
¿Fue entonces la imperante corrupción en el gobierno patriotista la que motivó al nuevo mandato de la CICIG a tomar acciones? Lo fuese o no, es lamentable que en otros gobiernos en los que la corrupción también ha tenido esta característica no se actuara nada. Con el debido respeto que merece (y sí que lo merece) el comisionado Velásquez, no había ni hubiera actuado si no fuese por la presión desde hacía un mes con la llegada de Biden al país. Aquí la convergencia de los principales actores en las denuncias de corrupción: los Estados Unidos, más específico, el embajador Robinson y la CICIG.
El punto a analizar hasta ahora es que la CICIG no ha actuado por pura y buena voluntad sino más bien por la presión internacional. No es la primera vez que nuestro país es testigo de interferencias políticas extranjeras y seguramente no será la última. Lo que es cierto es que dicha organización ha sido una herramienta como una alternativa a formar una contrarrevolución armada, un golpe de Estado o cualquier forma de quitar gobiernos al estilo de la vieja escuela.
Con el tiempo la CICIG fue ganando apoyo ciudadano e internacional y en el proceso ha adquirido poder y autoridad. Hasta la fecha ha crecido abriendo nuevas sedes, proponiendo reformas a la justicia de Guatemala y otras interferencias en el Estado del país. Si bien no existe ningún artículo que otorgue un poder directo a la CICIG, y sus reformas no están siendo tomadas como una verdad pura, digo interferencia porque el poder que tiene y porque está demás decir que si se rechaza a la CICIG que está respaldada por Estados Unidos, hay un país que no quedaría calmado ni dejaría de insistir. El poder de la CICIG no surgió de la nada ni está en nuestras leyes pero está en algo llamado real politik.
No se puede negar que la CICIG ha traído beneficios en cuanto a la divulgación de información que es prueba suficiente para acusar a quienes han ido contra la ley en el país. Pero es sumamente importante pensar que las instituciones de Guatemala sí son capaces de llevar a cabo los procesos y que lo que falta es voluntad política y separación de poderes para que un fiscal o un juez no estén nombrados por políticos que se favorecerán de ellos más adelante. En la medida que ese sistema no cambie, seguiremos necesitando de este tipo de instituciones.
Es plausible el trabajo de la CICIG pero muy lamentable que esté sometida a otras voluntades. Si queremos que continúe apoyando en contra de la corrupción en este país debemos estar atentos hasta a qué punto de nuestra soberanía está llegando. Si en verdad preferimos confiar en instituciones extranjeras que en las nacionales porque las nuestras son corruptas, y no tomamos acción en mejorar las nuestras seguiremos a merced de los mismos pidiendo auxilio sin entender que la ropa sucia se lava en casa.
Es por eso que los guatemaltecos debemos elegir entre vivir con menos corrupción a la voluntad de otros países o pelear contra ambos monstruos, tomando en cuenta que no siempre el camino más fácil es el mejor.
Los guatemaltecos tendemos a pensar que la CICIG no funcionaba porque los comisionados no habían sido los mejores pero el actual sí que lo es. Un estigma muy insertado en nuestra sociedad que nos lleva a pensar que no importa nuestra calidad institucional siempre y cuando tengamos a buenas personas en el poder. Como es costumbre leer y escuchar que “en 2015 todo cambió”, en esta ocasión, me referiré a cómo cambió también el papel de la CICIG. Probablemente, duela pensar que el actual comisionado, el temible, llevaba ya casi un año y medio de estar en el país con ese cargo y no se le conocía nada. La CICIG cumplía su papel de adorno en el país.
¿Fue entonces la imperante corrupción en el gobierno patriotista la que motivó al nuevo mandato de la CICIG a tomar acciones? Lo fuese o no, es lamentable que en otros gobiernos en los que la corrupción también ha tenido esta característica no se actuara nada. Con el debido respeto que merece (y sí que lo merece) el comisionado Velásquez, no había ni hubiera actuado si no fuese por la presión desde hacía un mes con la llegada de Biden al país. Aquí la convergencia de los principales actores en las denuncias de corrupción: los Estados Unidos, más específico, el embajador Robinson y la CICIG.
El punto a analizar hasta ahora es que la CICIG no ha actuado por pura y buena voluntad sino más bien por la presión internacional. No es la primera vez que nuestro país es testigo de interferencias políticas extranjeras y seguramente no será la última. Lo que es cierto es que dicha organización ha sido una herramienta como una alternativa a formar una contrarrevolución armada, un golpe de Estado o cualquier forma de quitar gobiernos al estilo de la vieja escuela.
Con el tiempo la CICIG fue ganando apoyo ciudadano e internacional y en el proceso ha adquirido poder y autoridad. Hasta la fecha ha crecido abriendo nuevas sedes, proponiendo reformas a la justicia de Guatemala y otras interferencias en el Estado del país. Si bien no existe ningún artículo que otorgue un poder directo a la CICIG, y sus reformas no están siendo tomadas como una verdad pura, digo interferencia porque el poder que tiene y porque está demás decir que si se rechaza a la CICIG que está respaldada por Estados Unidos, hay un país que no quedaría calmado ni dejaría de insistir. El poder de la CICIG no surgió de la nada ni está en nuestras leyes pero está en algo llamado real politik.
No se puede negar que la CICIG ha traído beneficios en cuanto a la divulgación de información que es prueba suficiente para acusar a quienes han ido contra la ley en el país. Pero es sumamente importante pensar que las instituciones de Guatemala sí son capaces de llevar a cabo los procesos y que lo que falta es voluntad política y separación de poderes para que un fiscal o un juez no estén nombrados por políticos que se favorecerán de ellos más adelante. En la medida que ese sistema no cambie, seguiremos necesitando de este tipo de instituciones.
Es plausible el trabajo de la CICIG pero muy lamentable que esté sometida a otras voluntades. Si queremos que continúe apoyando en contra de la corrupción en este país debemos estar atentos hasta a qué punto de nuestra soberanía está llegando. Si en verdad preferimos confiar en instituciones extranjeras que en las nacionales porque las nuestras son corruptas, y no tomamos acción en mejorar las nuestras seguiremos a merced de los mismos pidiendo auxilio sin entender que la ropa sucia se lava en casa.
Es por eso que los guatemaltecos debemos elegir entre vivir con menos corrupción a la voluntad de otros países o pelear contra ambos monstruos, tomando en cuenta que no siempre el camino más fácil es el mejor.