El pasado jueves 23 de junio, el gobierno de Colombia firmó los acuerdos de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) llegando así al final de una guerra de más de 50 años. El tema es importante para toda América y principalmente para los países que han tenido o tienen conflictividad social. La Guerra en Colombia es uno de los máximos exponentes de dicha conflictividad en el continente.
En América existe una fuerte tendencia guerrerista a confiar en el ejército y de pensar que con terroristas no se negocia, discurso que el expresidente Uribe utilizó durante su gobierno para enfrentar a las FARC. Un discurso de desconfianza y de tradición contra la guerrilla. Por otro lado, está la tendencia a pensar que hay que hacer las paces por conflictos de ideología o de exclusión social. Muchos colombianos guerreristas han utilizado a Guatemala como un ejemplo para hacer ver que negociar la paz es peligroso porque en el proceso haya mucha impunidad. Si bien es cierto que la delincuencia, los homicidios y la inseguridad aumentaron después de las negociaciones de paz, la realidad es que la conflictividad política ha disminuido, ofreciendo la democracia y el diálogo como una alternativa la guerra.
Se dice mucho que la paz no es más que el hecho de tener más fuerza y poder que el otro para evitar el conflicto. Esa es la principal razón de existir de la figura del Estado. De manera que le fuerza esté centralizada y así vivir en paz. En la medida que la fuerza se dispersa más, tiende a haber más conflicto. Aquí la hipótesis de los guerreristas que plantea que la única forma de lograr la paz es a través de la guerra, como lo menciona George Orwell en 1984.
La idea no está mal, sin embargo es importante comprender que el Estado no puede monopolizar la fuerza en total. A pesar de que logre una fuerza y un control mayor, siempre existe la posibilidad de que otros grupos se armen y enfrenten al Estado o a otros ciudadanos. Para este efecto entonces, es que sirve negociar la paz, para ponerle fin a la confrontación con el Estado y reducir los índices de conflicto social.
Colombia ha tomado muy en cuenta algo que Guatemala no hizo y es la reinserción de los guerrilleros. La razón de que la criminalidad aumentara en Guatemala no fue la paz, sino que únicamente se puso fin al conflicto, y se redujeron las fuerzas armadas del ejército. Esto dio resultado a que muchos exguerrilleros que no fueron adaptados a la sociedad en paz y exmilitares indemnizados que no tenían educación más que para asesinar y luchar, se vieron en la necesidad de aplicar su experiencia para ganarse la vida, convirtiéndose así en bandas criminales, maras y traficantes.
Si Colombia es capaz de reinsertar en la sociedad a través de las veredas a los ex FARC, es una gran forma de acabar con el conflicto y la exclusión social y política. El gobierno colombiano ya ha tenido programas similares para jóvenes que combatieron y luego se entregan a autoridades para ser reinsertados en la sociedad, por lo que es algo en lo que se puede confiar.
Asimismo, la aplicación de justicia es muy completa y asegura el procedimiento de reparación y no repetición. A este punto, las FARC han perdido ya mucho de su poder (similar a la guerrilla en Guatemala a inicios de los años noventa) por lo que la paz no debe considerarse necesariamente como un empate, sino como un alto a las muertes. Los exguerrilleros deberán someterse a jurisdicciones especiales para ser juzgados por delitos de lesa humanidad. Y tanto guerrilleros como militares juzgados que colaboren con el proceso de esclarecimiento podrán reducir sus condenas.
Es muy importante observar las diferencias entre la paz y la paz mal negociada. Aunque en la mayoría de países la paz se haya logrado con guerra, en los nuestros, como Guatemala, El Salvador y Colombia la paz es un paso necesario para lograr terminar con un conflicto. La guerra en Colombia era interminable, el gobierno ya había derrotado a las FARC al igual que sucedió en Guatemala, sin embargo al no poderlas extinguir por completo, es mejor darles un espacio político a cambio de las armas. Así, el poder se logra centralizar de nuevo y la paz es algo más real de lo que los colombianos imaginaron alguna vez.
Los latinoamericanos comprenderemos mejor que la guerra es algo más complicado de lo que parece, que la marginación y la pobreza se combaten con democracia; con inclusión, y con diálogo.
En América existe una fuerte tendencia guerrerista a confiar en el ejército y de pensar que con terroristas no se negocia, discurso que el expresidente Uribe utilizó durante su gobierno para enfrentar a las FARC. Un discurso de desconfianza y de tradición contra la guerrilla. Por otro lado, está la tendencia a pensar que hay que hacer las paces por conflictos de ideología o de exclusión social. Muchos colombianos guerreristas han utilizado a Guatemala como un ejemplo para hacer ver que negociar la paz es peligroso porque en el proceso haya mucha impunidad. Si bien es cierto que la delincuencia, los homicidios y la inseguridad aumentaron después de las negociaciones de paz, la realidad es que la conflictividad política ha disminuido, ofreciendo la democracia y el diálogo como una alternativa la guerra.
Se dice mucho que la paz no es más que el hecho de tener más fuerza y poder que el otro para evitar el conflicto. Esa es la principal razón de existir de la figura del Estado. De manera que le fuerza esté centralizada y así vivir en paz. En la medida que la fuerza se dispersa más, tiende a haber más conflicto. Aquí la hipótesis de los guerreristas que plantea que la única forma de lograr la paz es a través de la guerra, como lo menciona George Orwell en 1984.
La idea no está mal, sin embargo es importante comprender que el Estado no puede monopolizar la fuerza en total. A pesar de que logre una fuerza y un control mayor, siempre existe la posibilidad de que otros grupos se armen y enfrenten al Estado o a otros ciudadanos. Para este efecto entonces, es que sirve negociar la paz, para ponerle fin a la confrontación con el Estado y reducir los índices de conflicto social.
Colombia ha tomado muy en cuenta algo que Guatemala no hizo y es la reinserción de los guerrilleros. La razón de que la criminalidad aumentara en Guatemala no fue la paz, sino que únicamente se puso fin al conflicto, y se redujeron las fuerzas armadas del ejército. Esto dio resultado a que muchos exguerrilleros que no fueron adaptados a la sociedad en paz y exmilitares indemnizados que no tenían educación más que para asesinar y luchar, se vieron en la necesidad de aplicar su experiencia para ganarse la vida, convirtiéndose así en bandas criminales, maras y traficantes.
Si Colombia es capaz de reinsertar en la sociedad a través de las veredas a los ex FARC, es una gran forma de acabar con el conflicto y la exclusión social y política. El gobierno colombiano ya ha tenido programas similares para jóvenes que combatieron y luego se entregan a autoridades para ser reinsertados en la sociedad, por lo que es algo en lo que se puede confiar.
Asimismo, la aplicación de justicia es muy completa y asegura el procedimiento de reparación y no repetición. A este punto, las FARC han perdido ya mucho de su poder (similar a la guerrilla en Guatemala a inicios de los años noventa) por lo que la paz no debe considerarse necesariamente como un empate, sino como un alto a las muertes. Los exguerrilleros deberán someterse a jurisdicciones especiales para ser juzgados por delitos de lesa humanidad. Y tanto guerrilleros como militares juzgados que colaboren con el proceso de esclarecimiento podrán reducir sus condenas.
Es muy importante observar las diferencias entre la paz y la paz mal negociada. Aunque en la mayoría de países la paz se haya logrado con guerra, en los nuestros, como Guatemala, El Salvador y Colombia la paz es un paso necesario para lograr terminar con un conflicto. La guerra en Colombia era interminable, el gobierno ya había derrotado a las FARC al igual que sucedió en Guatemala, sin embargo al no poderlas extinguir por completo, es mejor darles un espacio político a cambio de las armas. Así, el poder se logra centralizar de nuevo y la paz es algo más real de lo que los colombianos imaginaron alguna vez.
Los latinoamericanos comprenderemos mejor que la guerra es algo más complicado de lo que parece, que la marginación y la pobreza se combaten con democracia; con inclusión, y con diálogo.