Si algo ha hecho falta en Guatemala durante toda su historia es una sociedad civil fuerte. La sociedad civil entendida como el grupo de ciudadanos preocupados por el bienestar de los demás y el buen funcionamiento del gobierno. Hay muchas organizaciones, fundaciones, asociaciones, etc, que velan por algún interés. Sin embargo es difícil encontrar que funcionen distinto de un partido.
De hecho, en Guatemala, la sociedad civil está más politizada y polarizada que los mismos partidos políticos. Es muy difícil encontrar un debate serio en el Congreso de la República, por ejemplo. O más aún, difícil lograr que los partidos y sus políticos se definan ideológicamente. Por otro lado, en la llamada sociedad civil, ese conjunto de organizaciones que disputan audiencias, es donde vemos un mayor debate sobre las decisiones tomadas en el Estado.
Estamos a casi dos años de ese abril de 2015 que fue un punto de quiebre en la historia política del país. Desde entonces, un débil y vacío discurso ha cobrado popularidad y resonancia, el discurso de la ciudadanía. No pudo haber mejor momento para que se diera que en un año electoral, el único momento en el que la gente cobra sentido de ciudadanía y decide cumplir con su deber de votar.
Así, hemos estado viviendo unos años en los que las personas, todos, se sienten ciudadanos con capacidad para dictarle el quehacer al gobierno. Sí, todos los ciudadanos saben lo que el pueblo necesita, todos lo podrían hacer mejor y todos rechazan cualquier política aplicada y propuesta, por el gobierno y por cualquier otra persona que no sea uno mismo.
Este es un llamado a la atención, a las personas que con ánimos de formar un buen país, se han olvidado de sus deberes. Este llamado nos recuerda que además de nuestros derechos de participación política tenemos obligaciones. Recordemos que hay deberes más allá de lo legal, deberes morales de ser conscientes de nuestras acciones, algo poco conocido llamado responsabilidad. No es como muchos piensan, participar en política. Nada más ser civilizado y cumplir con los deberes. No es fiscalizar y protestar el único trabajo de la sociedad civil, del ciudadano.
Es sumamente peligroso seguir fomentando un discurso de ciudadanía que se crea capaz de ordenar con absoluto poder basado en su sabiduría. Así como hay discursos populistas de quienes se hacen llamar los defensores y representantes del pueblo, como si el pueblo fuera algo completamente homogéneo. No significa que por ser político sea malo, significa que lo político es la lucha de poder de los partidos, por representar y ejecutar intereses. El tema ciudadano no debe politizarse, más bien, antes debe funcionar como la consciencia social de no perjudicar a otros, de cumplir deberes, y esa pequeña parte que es la única que hoy vemos de fiscalizar al Estado.
Seamos primero civiles y después políticos.
De hecho, en Guatemala, la sociedad civil está más politizada y polarizada que los mismos partidos políticos. Es muy difícil encontrar un debate serio en el Congreso de la República, por ejemplo. O más aún, difícil lograr que los partidos y sus políticos se definan ideológicamente. Por otro lado, en la llamada sociedad civil, ese conjunto de organizaciones que disputan audiencias, es donde vemos un mayor debate sobre las decisiones tomadas en el Estado.
Estamos a casi dos años de ese abril de 2015 que fue un punto de quiebre en la historia política del país. Desde entonces, un débil y vacío discurso ha cobrado popularidad y resonancia, el discurso de la ciudadanía. No pudo haber mejor momento para que se diera que en un año electoral, el único momento en el que la gente cobra sentido de ciudadanía y decide cumplir con su deber de votar.
Así, hemos estado viviendo unos años en los que las personas, todos, se sienten ciudadanos con capacidad para dictarle el quehacer al gobierno. Sí, todos los ciudadanos saben lo que el pueblo necesita, todos lo podrían hacer mejor y todos rechazan cualquier política aplicada y propuesta, por el gobierno y por cualquier otra persona que no sea uno mismo.
Este es un llamado a la atención, a las personas que con ánimos de formar un buen país, se han olvidado de sus deberes. Este llamado nos recuerda que además de nuestros derechos de participación política tenemos obligaciones. Recordemos que hay deberes más allá de lo legal, deberes morales de ser conscientes de nuestras acciones, algo poco conocido llamado responsabilidad. No es como muchos piensan, participar en política. Nada más ser civilizado y cumplir con los deberes. No es fiscalizar y protestar el único trabajo de la sociedad civil, del ciudadano.
Es sumamente peligroso seguir fomentando un discurso de ciudadanía que se crea capaz de ordenar con absoluto poder basado en su sabiduría. Así como hay discursos populistas de quienes se hacen llamar los defensores y representantes del pueblo, como si el pueblo fuera algo completamente homogéneo. No significa que por ser político sea malo, significa que lo político es la lucha de poder de los partidos, por representar y ejecutar intereses. El tema ciudadano no debe politizarse, más bien, antes debe funcionar como la consciencia social de no perjudicar a otros, de cumplir deberes, y esa pequeña parte que es la única que hoy vemos de fiscalizar al Estado.
Seamos primero civiles y después políticos.